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El convento: fracaso de la sociedad

Hoy día 2 de enero de 2017 hemos girado visita 5 personas a lo que queda del denostado Convento de San Francisco de nuestra localidad.

Los que estábamos allí no nos movía ningún otro fin que el conseguir alzar la voz para que se pueda salvar aquello, que aún está en manos de quien pueden hacer algo por una responsabilidad que se ha ido dejando por parte de todos.

Decía yo que la responsabilidad es del pueblo, y no refiriéndome al termino pueblo como localidad, no, me estaba refiriendo a pueblo como máximo exponente de todo lo que ello encierra: autoridades, propietarios, ciudadanía…

Hoy he vuelto a sentir eso que yo llamo “desilusión de  niñez”, que es aquello que se ha magnificado en valor y en tamaño cuando uno es niño, adolescente y joven, y que vuelves a ver cuando ya se es adulto, y aquello que tu ilusión que hacía magnificar resulta que se ha convertido en algo normal, aquello que tu ilusión te hacía verlo con una irrealidad superlativa ahora se ha tornado en todo lo contrario.

Eso mismo me ha pasado a mí hoy, y alguno más cuando lo comentaba en la visita al Convento.

Pero en esta ocasión no era por una desaforada entelequia, era más bien todo lo contrario, aquello que otrora nos pareciera un magnífico campo de batallas y resguardo de juventud, se ha convertido en una cuadra inmunda y empequeñecida de forma sublime, pero que es más real lo que acabo de poner que aquello en lo que algunos correteamos y jugamos; ello debido al abandono en el que se encuentra y al estar el suelo elevado unos cuantos de centímetros sobre el origen por mor de estiércol, derrumbe de la mampostería y alguna que otra desaparición de elementos arquitectónicos para cambiarla de lugar en beneficio propio.

Hemos comprobado como la parte de la estructura compuesta de pizarra, ladrillos y argamasa está en estado casi «catatónico», valga el término médico para definir la situación, y la cual va a ser difícil, ya no reparar, sino sostener; existen paramentos que están a la espera de una tormenta, un viento o un pequeño movimiento sísmico para entrar a formar parte de la solería; la otra construcción, la más noble, aquella de sillares graníticos está igualmente horadada, pero en está ocasión más que por los elementos naturales, por la mano del hombre, se puede apreciar cómo han desaparecido piezas, otras están despuntadas en los extremos con la intención de ser extraídas y cambiadas de ubicación, muchos de los adornos del claustro han desaparecido, y no están precisamente en el suelo, o por lo menos en ese suelo, incluso hemos observado como algún basamento de un pilar principal ha sido excavado y expoliado.

Desde esta mi humilde máquina infernal, que dice un amigo, y desde la posibilidad que me da alkonetara de poder publicar, quiero clamar para una solución lo más rápida posible, que quienes tienen poder decisorio se pongan manos a la obra para poder recuperar lo recuperable y salvar lo salvable. No es momento de querer colgarse medallas particulares cuando no se es capaz de aglutinar esfuerzos, o quizás algunos que pregonan con eco deberían de hacer examen de conciencia y comenzar a apartarse si no tiene la suficiente capacidad de aglutinar, o como se dice en estos tiempos, de coser; de coser personas, de coser esfuerzos, de zurcir, aglutinar y apuntalar lo que hay que zurcir y cimentar.

No quiero que se entiendan estas palabras como un intento de división, sino más bien como arranque para colaboración y esfuerzo en la salvación de la que sea posible; y aunque solo sea por las horas y las ilusiones que algunos paisanos, quienes ya no están y los que han tomado el relevo, han puesto en poder salvar un patrimonio que forma parte no solo de Garrovillas y los garrovillanos, sino que por los hechos que en ese Convento se dieron o el simple motivo de ser un monumento con categoría de “Bien de Interés Cultural” todo esfuerzo y toda colaboración debe ir encaminada a salvarlo de la desaparición definitiva.

Hoy comentábamos como estando entre aquellas ruinas nos trasladábamos en tiempo en el cual el Convento tenía dependencias diversas: claustro, iglesia, capilla, cocinas, sala capitular, refectorio, huertas biblioteca…, y aquí hacíamos semejanza con aquella abadía de «Sacra de San Michele»  en la que se basó Umberto Eco para situar su celebérrima novela «El nombre de la rosa»; prometimos volver a releerla por enésima vez y pedir que nuestro Convento no termine como aquella ficción.

El esfuerzo de todos es necesario, «por la salvación del Convento».

 

 

 

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