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La Altagracia… ¿criolla o extranjera?

 

El nombre de Altagracia, en honor a la Santísima Patrona de la República Dominicana, sin dudas es uno de los más utilizados en el país. ¿Quién no tiene una tía, una hija, una hermana, una amiga, una vecina que  se llame así? Se podría decir que, en esta nación, Altagracia es el nombre por excelencia.

Fray Cipriano de Utrera nos cuenta que el origen de la adoración formal a María surge en el siglo V, en Efeso, cuando fue declarada “Madre de Dios”. De inmediato surgieron las advocaciones. En las tierras españolas surgieron sus advocaciones de la Virgen de Gracia y Nuestra Señora de Gracia. Ahora bien, el título de Alta Gracia aparece en España durante el período de los Godos y los Visigodos, en el noreste, en pueblos como Garrovillas de Alconéctar, de Cáceres, y Siruela, de Badajoz, localizados en la región de Extremadura, zona rica en historia que limita a España con Portugal.

 Digamos que en nuestro país existen dos versiones sobre la llegada de la Virgen de la Altagracia. Una de origen popular. Otra, histórica.

 La Virgen de la Altagracia existe entre nosotros desde antes del surgimiento de la nación. Ella es más dominicana que la bandera, que el escudo, que el Palacio Nacional. Su advocación es anterior a nuestras ciudades y al adjetivo propio de dominicanos. La historia popular que nos habla de su aparición en la isla es de tierra adentro, y viene envuelta en un manto de encanto religioso.

 Esta tradición cuenta que hace varios siglos un comerciante de Higüey viajaría a Santo Domingo a vender y comprar mercancía. Su hija le pidió que le trajera de Santo Domingo una imagen de la virgen de la Altagracia. Su padre no conocía dicha virgen, pero de todos modos le prometió traérsela. El hombre fue a Santo Domingo y realizó todas sus diligencias comerciales. Entonces procedió a buscar el cuadro que le había pedido su hija. Pero resultó que nadie conocía dicha Virgen. Donde quiera que preguntaba, no le sabían dar noticias de la imagen que buscaba.

 El hombre se entristeció y, con cierto sentimiento de frustración, emprendió el regreso hacia Higüey. En el camino le alcanzó la noche. Entró a una casa de unos amigos, que estaba ubicada en medio del monte, donde cenaría y dormiría. Una tormenta empezó a azotar con truenos, lluvia y fuertes vientos. El comerciante les comentó a los habitantes de aquella casa sobre la imagen de la Virgen que no había podido encontrar. Momentos después tocaron a la puerta. Al abrir, apareció un anciano de aspecto venerable, que venía empapado y con un rollo envuelto debajo del brazo. Cuando entró a la casa, el extraño e inesperado visitante abrió el rollo y los presentes pudieron ver la imagen de una hermosa Virgen morena. “Esta es la Virgen de la Altagracia que usted anda buscando”, dijo el anciano al comerciante. Mientras todos estaban embelezados ante la imagen, el anciano, tan inesperadamente como había llegado, desapareció en medio del monte.

Mons. Ramón Benito de la Rosa y Carpio en su libro “Nuestra Señora de la Altagracia», recoge la anécdota con importantes puntualizaciones simbólicas: «Se cuenta que un anciano misterioso, que nadie supo de donde vino y que se hizo invisible luego de su acción (es decir, Dios), Regaló a un padre de familia (es decir al pueblo Dominicano) la Virgen de la Altagracia, este padre, a su vez, lo entregó a su hija (es decir, a sus descendientes). El regalo (la Virgen Madre de Dios) es milagroso: desapareció y apareció en un naranjo (es decir Dios hace maravilla a través de él).

 Llevado de nuevo a la casa de la familia, no se queda allí, repite su presencia en el naranjo: es decir, la Altagracia no es de una sola familia sino de todas. Es la madre espiritual de los Dominicanos, es la madre común que los acompaña los unifica, los ama y les concede bienes, «milagros»».

 El vínculo con esta historia se mantiene presente especialmente en la memoria histórica de los higüeyanos, entre otras cosas a través del símbolo del naranjo.

 Esta clase de historia, con todos sus componentes, es muy característica de la edad media y el Renacimiento, incluso en las tierras de América. En la vida de Fray Junípero Serra encontraremos episodios donde un anciano de señas semejantes aparece para realizar una hazaña virtuosa de orden espiritual. Según se desprende de esta anécdota, la Virgen de la Altagracia proviene directamente de nuestra isla, lo que le da un origen netamente criollo.

 Sin embargo, aparte esta bella anécdota, se sabe que a principios del siglo XVI los hermanos Alfonso y Antonio Trejo trajeron a la isla un óleo de Nuestra Señora de la Altagracia. Era muy común que los viajeros españoles, al momento de abandonar su tierra para internarse en los territorios allende el mar, llevaran consigo una imagen de la patrona del pueblo del que eran originarios. Estos hermanos Trejo, que fueron de los primeros europeos en poblar nuestra isla, provenían de la región española de Extremadura y probablemente trajeron el óleo hacia 1514. En la zona extremeña se venera a la Virgen de Altagracia, quien actualmente es patrona de Garrovilla de Alconéctar, en Cáceres, y de Siruela, en Badajoz. En el primer poblado, recibe el nombre de Virgen de Altagracia Garrovillas; allí existe una ermita, en la que se realiza una romería en honor a esta advocación de María.

 Partiendo de este dato histórico, resulta que nuestra Virgen, patrona del pueblo dominicano, es inmigrante. Sin dudas, la más grandiosa inmigrante que ha pisado jamás esta isla.

Se conoce, por documentaciones históricas, que el culto a la Virgen María bajo su advocación de Nuestra Señora de la Altagracia, se remonta a los inicios del siglo XVI. Nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros tatarabuelos, y nuestros antecesores más antiguos, participaron de esta veneración.

Se puede decir que la Virgen de la Altagracia es el hilo conductor que une el presente y el pasado de nuestra isla, y si une estos dos bloques temporales, es obvio que también los une al futuro.

En el tiempo y el espacio, no contamos con un punto de referencia más preciso que la Virgen de la Altagracia. Los dominicanos y dominicanas hablamos con acentos diferentes dependiendo de la zona en que hayamos nacido y crecido. La gente de esta isla tiene un concepto visual distinto del entorno, según se hayan desarrollado observando los paisajes resecos del Sur profundo o los verdes y coquetos montes del Cibao Central o los inagotables prados esmeraldas del Este. Igualmente, dependiendo de su realidad económica, tendrán una visión distinta de los diversos países que componen nuestra nacionalidad. Sin embargo, todos y todas tenemos un venturoso punto único en común: el nombre sagrado y la adoración de la Virgen de la Altagracia, advocación de María, Madre de Dios, protectora de la República que emigró a nuestras tierras para convertirse en la primera de la dominicanidad.

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