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José Julián Barriga, Garrovillano


Ayer 5 de marzo de 2010 en el salón de plenos del Ayuntamiento y ante la presencia de la corporación municipal al completo y un numeroso público arroparon a José Julián Barriga que recibido la concesión de hijo Adoptivo de Garrovillas de Alconétar, expediente que ha tramitado el Ayuntamiento, y aprobado en pleno de conformidad con lo establecido en el artículo 15 del Reglamento de Honores y Distinciones.

Ante un numeroso publico entre ellos personalidades de la política como Sánchez Polo, el subdelegado del gobierno en Extremadura Fernando Solís, diputados provinciales y regionales, entre ellos el garrovillano Anselmo Solana, amigos de José Julián, familiares y en definitiva una representación del que ahora es su pueblo.

El acto empezó con unas palabras del alcalde de Garrovillas agradeciendo la presencia a los asistentes y felicitando al condecorado José Julián Barriga Bravo. Se le hizo entrega de un cuadro con la placa que certifica el nombramiento como hijo adoptivo. Y seguidamente firmó en el libro de honor del Ayuntamiento.

A continuación tomó la palabra Julián Barriga, en el que manifestó sentirse emocionado: Gracias, pues, por haber corregido mi orfandad de pueblo. Ya puedo decir al fin y con razón: mi pueblo es…Garrovillas de Alconétar, a continuación dio lectura a un cuento escrito por él recordando sus vivencias y lugares por donde había pasado que aquí redactamos: »

Querido alcalde; queridos concejales del Partido Socialista Obrero español, del Partido Popular de Garrovillas, del Grupo Plataforma Socialista Democrática de Garrovillas; de la Agrupación independiente de garrovillas. Gracias a todos vosotros y, a todos, por igual.

Mis queridos amigos: Hace años, escribí un articulo con este titulo: “elogio del niño de pueblo”. Con pocas otras cosas me he sentido tan reconfortado y realizado como con esta categoría: haber sido y ser un niño de pueblo.

En aquel lejano artículo decía que, a lo largo de los años, me he entretenido en tratar de identificar a aquellos que, presumiblemente, eran o habían sido, como yo, niños de pueblo. Casi siempre he acertado. Los niños de pueblo, los verdaderos, los que nunca intentaron oscurecer ni adornar sus orígenes rurales, eran hombres ponderados, recios, combativos, equilibrados, hechos a sí mismos, y, por ello, repletos de sentido común, de cordura, que denotaba que su personalidad estaba cimentada con fundamento. Aquellos eran hombres que despedían una especie de aura; destilaban aires de una infancia feliz y esforzada.

Me dicen que no pregunte tanto por los hijos cuando saludo a la gente: ¿qué hacen tus hijos…? Y ¡vive Dios que lo hago para gozar en la respuesta posible, hasta probable!: confirmar que los niños de pueblo prosperan y son osados, esforzados, ambiciosos, nunca resignados; y son hombres de provecho o estudian para médicos, ingenieros, economistas, abogados…, no sólo para curas, como fue en otros tiempos: pasarela de los niños de pueblo para prosperar en la vida.

¡No vean con cuánto orgullo he ido proclamando mi condición de niño de pueblo! Una vez, alguien pretendió probablemente halagarme confrontando su origen con el mío, diciendo que él, desde niño, estaba acostumbrado a la vida social de éxito y me decía que él, a los diez años, iba al colegio en el coche familiar de su abuelo, conducido por el mecánico. Le respondí: afortunadamente, a esa edad, yo iba a la escuela en el burro de mi abuelo. Aquel personaje me juró odio eterno. Quienes mejor me conozcan de aquellos tiempos me perdonarán la fantasía de ir al colegio en el burro del abuelo.

Es decir, he sido y pretendo seguir siendo un niño de pueblo.

Lo que ocurre es que, desde hace un tiempo, alguien se ha encargado de alimentar esta especie de esquizofrenia en la que he debido estar sumido sin repararlo a lo largo de la vida. He sido y soy niño de pueblo. Pero, si congelo la imagen de los recuerdos, efectivamente confundo con frecuencia si ésta o aquella vivencia ocurrió en Santiago del Campo, en el Pinar de la Romana, en Alcuescar, en Malpartida de Plasencia, Plasencia, Talarrubias, Zarza la Mayor, Cilleros, Cáceres, Hoyos, Valverde del Fresno o en Garrovillas…,probablemente en Garrovillas.

¿Dónde participé en aquella escena de escanciar gotas de aceite en un bote de hojalata, en el regato del alpechín, para aligerar la pobreza de aquel mi amigo de infancia?

¿Y dónde, dónde aquella mujer paseaba cada día, por una calle empedrada, un plato con una morcilla prestada?

¿En qué lugar los niños apedreábamos a un barbudo solitario, porque era ateo y de la cáscara amarga, y, con el tiempo, el niño, salvaje e ignorante, supo que aquel paseante solitario había estado propuesto para el Nóbel?

¿En qué otro sitio aquella camarilla de críos entreteníamos el ocio de la noche de verano, viendo, al fondo de un mar de encinas, las luminarias del ferrocarril mientras soñábamos con ir en trenes de incierto destino hacia un futuro de prosperidad?

¿Dónde fue donde aprendiste los primeros versos, mientras aquel compañero de pupitre, en tiempos de estiaje mesetario, se entretenía en coleccionar términos marítimos?

¿Qué río engullía los pollos de buitre o de águila en sus aguas arremolinadas, que nosotros, divertidos, lanzábamos desde un puente de piedra?

¿En qué pueblo uno ensayó la técnica de atar con un hilo las patas de los tórtolos para evitar su prematuro desalojo del nido?

Aquella infancia salvaje, como pequeños robinsones, descubriendo la vida más verdadera: el parto de la burra, la muerte de la vaca, la siembra del trigo, la trilla, el acarreo, la copla del yuntero, siempre apegada a la pobreza, llevada con sumisa resignación.

Pero me vais a permitir una pequeña digresión de cinco líneas no más, porque uno es de natural contradictorio: ¿cómo en este acto, en el que hago confesión pública de mi origen rural – ¡y a mucha honra!-, puedo silenciar el deber que tengo de hacer reconocimiento a la acogida de Madrid, a la que debo toda mi modesta singladura profesional? Aquí hay testigos de lo que para mí es una obsesión: emigrantes todos, extremeños en la diáspora, no cometáis la ingratitud de renunciar a lo que vuestras ciudades y pueblos de acogida os han proporcionado. Y así, esta mañana, yo hago agradecimiento a lo que Madrid nos ha dado a decenas de miles de extremeños. Si este acto fuera de homenaje, yo lo traslado a todos los garrovillanos de la emigración, a quienes abarrotaban la “rubia” de Sandalio, a las mujeres y a los hombres que han confesado siempre con orgullo: soy de pueblo, de Garrovillas de Alconétar.

Dicho lo cual, sigamos con lo importante. Probablemente nunca me pregunté de qué pueblo soy, porque siempre me consideré, así, a secas: un niño de pueblo.

Porque veamos… uno es, de donde están sus muertos; y mis muertos, todos, todos, están en un Camposanto bien próximo, subiendo la calle en dirección al Altozano; pasada Santa María, de frente, todo de frente, frente a la espadaña del Convento, por entre los altos tapiales de los huertos, hasta llegar al Cristo del Humilladero; y desde allí, un ligero giro a la derecha, donde se adensan los olivares…Allí está el Camposanto, allí están nuestros muertos.

Ojala pronto pueda organizar a mis nietos la excursión del más alto sentimiento que hice a mis hijos. Mirad: aquí, en cuatro metros a la redonda, están vuestros muertos, vuestros bisabuelos, Juan y Cecilia; Carlos y Petra; Amelia y Jacinto; Manuel y Magdalena. Mirad, les diré también a mis nietos: por aquí andan vuestros bisabuelos: Concha y Pelayo, Julián y Cruz. ¡Cuarto y mitad de chucherías a quien encuentre, primero, sus nombres herrumbrosos! Pero también les diría y me atrevo a deciros a vosotros mis paisanos: ahí están nuestras raíces, la razón de nuestra existencia, pero tengamos pensamientos y sentimientos universales.

Y recuerdo cuando le dije a mi padre, aquel hombre bueno, que, a solas y casi en secreto, fue una especie de ONG para tramitar papeles de quienes lo necesitaban. Le dijiste: “Padre, he leído en el Alconétar (felicidades Leandro Monroy, tú sí que mereces este homenaje) que van a ampliar el cementerio; cómpreme un nicho, pero que tenga buenas vistas, si es posible, a la sierra de Cañaveral.

Gracias por vuestra generosidad porque fui el primer sorprendido por este honor que ni busqué ni siquiera imaginé. Porque yo he sido en todo caso un vecino intermitente pero recalcitrante; pienso que tranquilo, ojala que sosegado, porque yo he venido a mi pueblo, siempre, en busca de sosiego.

Gracias, pues, por haber corregido mi orfandad de pueblo. Ya puedo decir al fin y con razón: mi pueblo es…Garrovillas de Alconétar, no solamente por vuestra generosidad –que, de verdad, agradezco en el alma- ; no solamente porque aquí están mis muertos, sino por un hecho estrictamente voluntario: porque de aquí, de Garrovillas, es quien me ató de por vida a este pueblo. Yo soy de Garrovillas porque ella es de este pueblo.

Gracias.»

Tras una calurosa ovación se dirigieron hacia la Casa de Cultura para descubrir una placa donde será ubicado el Archivo Inéditos de Historias Locales que llevara su nombre.

Para ver más fotos: aqui

José Julián Barriga tiene una dilatad carrera profesional que pueden ver resumida aquí: aqui

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