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Garrovillas, los restos del esplendor

Garrovillas tiene una de las 12 plazas mayores más bellas de España y una de las tres mejores iglesias de la provincia de Cáceres. Cuando se levantaron esos monumentos, la villa era un enclave industrial de primer orden que en el siglo XIX llegó a ser la tercera localidad más poblada de Cáceres. ¿Qué queda de aquel esplendor?

 
La Plaza Mayor de Garrovillas aparece en «El Alcalde de Zalamea» y en otras producciones del cine español. Es bellísima. Según la revista Geo, una de las 12 plazas más bonitas de España. Mide más de 4.000 metros cuadrados, sus casas son de dos plantas, tiene preciosos y típicos soportales apoyados en columnas de granito y arquería de ladrillo, arcadas góticas, fachadas clasicistas, viviendas blasonadas, palacios y es monumento nacional histórico y artístico.Todo eso está muy requetebién y es sabido. Pero lo que nos ha traído hoy hasta Garrovillas es la curiosidad por conocer lo que queda de una villa que llegó a tener 7.000 habitantes en el siglo XIX. En ese tiempo, era la tercera localidad más poblada de la provincia tras Cáceres y Plasencia y abundaban las industrias.Por eso, lo que más nos agrada de nuestro paseo por la plaza es imaginárnosla hace 300 años, llena de posadas como la de la Reina, donde pernoctaban decenas de arrieros que surtían a media España de cacao, sombreros, cuero, telas, zapatos, tintes añil y grana, sayales franciscanos… Sí, sí, sayales para los seguidores de san Francisco de Asís, que tenían aquí el telar de su orden.En los siglos XVI y XVII vivían en Garrovillas en torno a 5.400 personas y había 26 nobles, ¿que son muchos nobles!, 26 telares, 10 tenerías, dos molinos de aceite y la fábrica de sayales. En 1847, Madoz recopila en su famoso estudio 6.573 habitantes, 20 industrias tejedoras, tres batanes, dos fábricas de curtidos, seis de sombreros y un sinfín de molinos de aceite, de harina y hasta de cacao. Con el tiempo, las fábricas de curtidos llegarán a ser 10 y abrirán tres lagares hidráulicos.Seguir con las cifras puede resultar aburrido, pero una conclusión se impone: Garrovillas era una villa próspera y un ejemplo de esa economía productiva por la que suspiran economistas, sindicalistas, políticos y la ciudadanía extremeña con sentido común.Paseando por el pueblo se respira aún el aire de aquellos buenos tiempos. Son rescoldos del desarrollo y el bienestar que se adivinan en las mansiones, en las casonas, en las iglesias y en las plazas. Es el caso de la iglesia de San Pedro. Es considerada uno de los tres templos más importantes de la provincia de Cáceres junto con Santa María de Brozas y Santa María de Cáceres (las catedrales de Coria y Plasencia son caso aparte). Pero también está la iglesia parroquial de Santa María, el barrio de los Castillejos y su calle de las Seis Rejas con la casa de los templarios, el sorpredente corral de comedias, uno de los monumentos más interesantes y menos promocionados de Extremadura. Este corral se caracteriza por contar con un tercer piso para ver las representaciones y cuando lo descubres, te pellizcas porque no entiendes que no se hable de él en todos los libros escolares. Sin embargo, allí está, cerrado casi siempre, como si se tratara de un tesoro que nadie debiera descubrir. La lista de rescoldos monumentales del esplendor pasado no se acaba: el convento de las jerónimas con sus dulces, el de San Antonio, el rollo, la medieval ermita de Altagracia…El Tajo da y quitaPero dejemos el catálogo artístico y fijémonos en el Tajo, ese río que tanto ha dado y tanto ha quitado a Garrovillas, culpable de su esplendor y su caída. Porque todo comenzó con una riada del Tajo, cuando por un lado estaba la aldea de Alconétar, junto al río y el puente del mismo nombre, y por otro, la aldea de Garro, donde hoy se asienta el pueblo. La riada anegó Alconétar, sus vecinos se trasladaron a Garro, Alfonso X le otorgó a la segunda el título de villa y se compuso el nombre con el que hoy se conoce el pueblo: Garrovillas de Alconétar.En el siglo XVI, la villa ya tenía más de 7.000 habitantes y se moverá en esa cifra hasta los años 60-70 del pasado siglo. Desde entonces, hecatombe demográfica y debacle económica. Hoy, en Garrovillas viven 2.336 personas (censo 2007) y en el sector industrial solo está empleado el 7’2% de la población activa. El resto, lo normal en los pueblos extremeños: 17’9% en la agricultura, 22’9% en la construcción y 52’1% en los servicios. Según los informes de Caja España, en el municipio hay 15.000 hectáreas dedicadas a pastos, 138 a olivar, 240 a frutales y la única particularidad son sus 233 hectáreas de pinos que dan una cosecha interesante de piñones. Hay 71 comercios, 38 bares, casi mil coches y casi 300 camiones. Garrovillas, se nota paseando, es un buen pueblo, un pueblo vivo que merece la pena redescubrir y vale un viaje, desde luego. Pero ha perdido su esplendor de antaño.Aquí aparece de nuevo el Tajo, generoso para regalar y cruel cuando arrebata. La inauguración del pantano de Alcántara coincide con el declive y la emigración de los garrovillanos. Solo en El Prat de Llobregat hay 1.500 y de allí son descendientes del pueblo tan populares como los televisivos Jordi Hurtado y El Follonero.Pero volvamos al Tajo. Cuando la presa alcantareña empezó a hacer acopio de agua, el pantano anegó 1.338 hectáreas del municipio de Garrovillas. De ellas, 120 eran de regadío. Se llevó también 19.000 olivos, 13.000 encinas, 5.000 almendros, 2.000 álamos, 500 frutales diversos, 346 mimbreras y dos fábricas de mosaicos. Con el pantano desaparecieron los batanes, las aceñas, los molinos, los lagares, los curtidos, la pesca fluvial… ¿Y a cambio? A cambio, nada o casi nada.Así son las cosas. Cerraron las posadas que quedaban. Garrovillas echó el candado a su faceta industrial y tuvo que vivir del campo y de la emigración. La situación se va enderezando. En 2006, el saldo migratorio fue por primera vez positivo en muchos años: más tres. En el pueblo hay industria quesera, instituto, hospedería, albergues y casas rurales, 80.000 metros cuadrados que se convertirán en un polígono industrial y, desde luego, quedan los rescoldos monumentales del esplendor y las tradiciones.Queda, por ejemplo, el habla, tan leonesa, tan auténtica: la e final en i y la o final en u («Al entrar en Garrovillas, lo primeru que se ve, la glorieta, la caseta y el tinau del tiu Daniel»), la hache aspirada de ‘jarina’, el ‘dijon’, la ele final en lugar de erre: ‘peol’. Queda el brocal del pozo en el centro de la Plaza Mayor, convertido en oficioso punto de encuentro y tertulia. Quedan los pinares de Valdepelayo, Valdefernando, Morgado, Las Viñas y Holanda, con sus coníferas de copa redonda que tan bien daban en el cine con Fernán Gómez cabalgando entre ellas.Y el recuerdo de los hijos ilustres del pueblo: Alonso de Mendoza, fudador de la boliviana ciudad de La Paz; Domingo Marcos, autor del primer texto musical español llevado a la imprenta: «Lux Bella», editado en 1492 en Sevilla; o el pedagogo Juan de Garrovillas, que difundió la música en Filipinas.Para recordarlos y brindar por el pasado dorado, lo mejor es tomarse un chato en el céntrico Casino de Artistas, que sin duda data de los buenos tiempos, y luego salir a disfrutar de la plaza, de los soportales y del corral de comedias en esta Garro-Villa que fue esplendorosa y sigue siendo espléndida.
CUADERNO DE VIAJE

 
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