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De indignados y otras cosas indignantes

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liberal
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Se asoma uno últimamente a los periódicos para leer noticias, cada vez más penosas, de esta antiguamente gloriosa nación, hoy estercolero inmundo, con una sensación, mezcla de pasmo y asco, que convierte la acción de comprar un periódico en un acto de masoquismo patológico.

Hoy era uno de esos días. Sin embargo, entre tanto mangante y tanto estafador, intelectual y de los otros, entre tanto caradura y tanto jeta, entre las informaciones sobre aquellos que llevan chupando de la teta de esta vaca con tal avaricia que la han dejado raquítica, entre los que se envuelven en banderas dudosas que representan ideologías que van desde el absurdo hasta el robo con la mayor desvergüenza, entre los que han trepado a lo más alto sin esfuerzo, utilizando a diario el peor enemigo de la democracia, que no es otro que la demagogia y el populismo, me he encontrado con esta perla del escritor Sánchez Dragó. 

Escritor de acreditada trayectoria antifranquista, cárcel incluída, sorprende porque, pudiendo haber utilizado su pasado, real, no inventado como el de otros, para medrar en un establo partidista o sindical, ha preferido seguir manteniendo su independencia y libertad de opinión. Por ello, ha sido atacado, vilipendiado, arrastrado por el ruedo y poco menos que sacrificado en el altar de la progresía, por su imperdonable traición a los principios generales del movimiento. Pero no el de antes, sino el de hoy. No es que esté de acuerdo con todas las ideas que ha manifestado Dragó, pero ese nadar contrariamente a la corriente y su espontaneidad, al margen ya de su pluma, hacen que lo observe con una creciente simpatía. Pues bien, Dragó escribía hoy lo siguiente, a propósito del movimiento de los indignados.

 

LA CAJA DE PANDORA:

Un demonio vuelve al mundo: el asambleísmo. Su caldo de cultivo es la creencia de que «mi opinión vale tanto como la suya» y el delirio de que el pueblo nunca se equivoca. Los flechas y pelayos de Hessel desconocen el principio de autoridad, zahieren la excelencia y glorifican la ignorancia. Los virus de esa actitud se reproducen como las pulgas en un muladar. Ya lo denunciaba Sócrates, según explica Platón: «Si navegando en alta mar acaece una tormenta, ¿decidiríais por mayoría quién entre todos vosotros, debe pilotar el barco o encomendaríais su gobernalle a quien por experiencia y estudios sea capaz de llevarlo a puerto?».

La respuesta es de cajón, pero los asnalfabetos no razonan. se mueven por emociones, por consignas, por impulsos elementales, por pecados capitales (envidia, ira y pereza). Da igual la Puerta del Sol que el ágora de Atenas. Siempre la misma coartada: arrogarse la representación del pueblo. ¿Y qué es el pueblo? O lo somos todos -Zapatero, Rajoy, la duquesa de Alba, la policía, yo- o no lo es nadie. Los protestones secuestran el concepto. Dicen que la calle es suya ¿No lo es de los millones de personas razonables a quienes ellos indignan? Se equivocan los medios prestando atención a lo que ni por cantidad, de momento, ni por ética ni por estética la merece. Dan así pábilo a una mecha que podría incendiar el mundo, socavar la sociedad y sumirnos a todos, incluyéndoles a ellos en un zulode opresión y de miseria. Son prefascistas, pero no lo saben. Sócrates fue condenado a muerte en el transcurso de una asamblea. La democracia ateniense se quedó en nada.

Los primeros cristianos se adueñaron del Foro, pusieron fin a la ilustración pagana y dieron cuerda a los siglos oscuros hasta que las élites renacentistas volvieron a empuñar el timón. Los enragés de la Revolución Francesa abrieron paso a la guillotina, a las purgas, al Terror, y hubo que restaurar a toda prisa el Imperio. Cabreadísimos e indignadísimos estaban los de la Comuna, los bolcheviques, las camisas pardas, negras y viejas, los descamisados de Evita, los barbudos de Fidel, los guardias rojos de Mao, los bolivaristas de Chávez…

Arde París, arde Grecia, arde Londres, arde Madrid, arde Chile, arde el Islam, arde Israel, arde Wall Street y arde, incluso, la India en pos de un Che que imita a Gandhi. Cerremos la tapa del monstruario de Pandora antes de que su contenido se desparrame por la tierra. Asambleísmo no es sinónimo de democracia. Es su antónimo.

 

Fernando Sánchez Dragó

El Mundo 10 de octubre de 2011

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