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3. DE LA CRISIS Y SUS CAUSAS (III). Los sindicatos

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liberal
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En una sociedad industrializada y postindustrial, como es la española, los recursos humanos constituyen el principal activo de la economía, y la defensa de sus intereses es una labor importantísima, que no debería haber caído en manos de los personajes que pastorean a las reses sindicales en la España de hoy. Algunos economistas liberales como Hayek ponen en duda la necesidad de los sindicatos en la sociedad.

Yo no iré tan lejos, pero hay que reconocer que, si la existencia de sindicatos implica estas castas obsoletas, inadecuadas a su función, coartadoras de la libertad, atropelladoras de derechos fundamentales y que suponen un pozo de gasto público sin fondo visible, y un instrumento político directo del Partido Socialista que, eso sí, le paga con dinero público de todos los españoles, sindicados o no, convendremos que a uno le entran ganas de adherirse a la postura de Hayek.

Si retrocedemos ocho años en el tiempo, al período en que el gobierno Aznar aprobó y luego retiró el Real Decreto Ley 5/2002, el conocido “decretazo”, podemos recordar que, en aquella época, España tenía una tasa de paro del 10% y no había páginas en los diarios extranjeros para loar el conocido “milagro económico español”. Podría dar decenas de datos, pero digamos que lo cierto es que durante los años de Aznar se logró la mejor situación económica de la historia de España, en cuatro o cinco años y a partir de un Estado cercano a la quiebra técnica.

En este contexto, el gobierno Aznar se planteó la aprobación del “decretazo”. Si bien hay que tener en cuenta que la ley tenía defectos de forma y que fue rechazada en el TC por el peregrino motivo de que “no era urgente” (ahora se ve si era urgente o no), también presentaba efectos beneficiosos que fueron ocultados a los trabajadores por parte de los sindicatos porque la consigna era echar al del bigote.

Este decreto fue el motivo argüido, (el verdadero motivo es que Aznar no era de izquierdas) para realizar una huelga general, de carácter violento en algunos casos, con coacciones y, como digo, en el momento de la historia en que las familias españolas eran más ricas.

Bien. El gobierno observó, con buen criterio, que la riqueza generada por el ladrillazo podía servir de trampolín para poner a España en una senda económica adecuada, pero, desde luego, no era una situación sostenible en el tiempo. De ahí el intento de aprobación del «decretazo», con medidas discutibles, tanto en amplitud como en contenido pero, en general, necesarias. Y un aspecto, a mi modo de ver fundamental, era que esas reformas se emprenderían en un momento de bonanza económica, cuando menos dolorosas serían para el conjunto de los trabajadores.

En la situación actual, cuando somos los auténticos apestados de Europa, cuando se baraja la posibilidad de que nos echen del euro, cuando por primera vez desde la República, se produce un empobrecimiento generalizado de la población (situaciones de guerra aparte), cuando los datos de paro son los peores de los países desarrollados, cuando se baraja la posibilidad del aumento de la edad de jubilación, nuestros magníficos sindicatos, siempre en defensa de la clase obrera, no consideran pertinente hacer una huelga a este gobierno, que paga el ejército de decenas de miles de liberados, que cobran de sus empresas sin trabajar y que no pueden ser despedidos, como el resto de asalariados.

Pues que sepan los trabajadores que las reformas van a hacerse, porque el estado actual de las cosas es inviable. Renunciaron, contentos y engañados, a hacerlas con la anestesia de una situación económica boyante y las van a sufrir hasta un punto que, desde mi punto de vista, no comprenden todavía.

Todo esto me lleva a reformularme y contestar la pregunta de Hayek  «Estos sindicatos, ¿para qué?» «Para nada, por lo menos con mi dinero».

(continúa) 

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