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Seguimos despiertos

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    H hamlet
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    Estoy despierto. No es un día cualquiera, han atacado Madrid. Oigo los nombres de Atocha, El Pozo y Sta. Eugenia, y las palabras tren y atentado. Me cae un gran peso encima. Veo las primeras imagenes de los trenes con la gente saliendo aterrada y los imensos boquetes, el miedo me recorre. Las cámaras se acercan y puedo ver a los que no se mueven.
    Han atacado «mi linea», la que me ha estado llevando a la universidad los últimos años. Por fortuna (quizá egoista) para mi, ya he acabado mis estudios en Vallecas y cuando tengo que acercarme lo hago en coche. Pero muchos amigos y conocidos toman a diario esa linea: muchos van a Vallecas (entre el pozo y Sta. Eugenia), otros van a Vicalvaro (después de Sta. Eugenia) y otros a Alcalá. Corro al teléfono y empiezo a marcar números «¿¡Donde estás!?» es mi pregunta «En casa, hay huelga» es la respuesta que obtengo en todas partes. Es un alivio, pero solo para mi, en la tele nos muestran las imágenes tan terribles de los cuatro trenes y el alivio se esfuma. Te inunda la rabia, te ciega la ira, no sabes que hacer. Tengo ganas de llorar, estoy revuelto, mi corazón arde. Veo a toda esa gente ayudando, a la policía, a los bomberos, a los del Samur, a la gente de la C/ Téllez, a los vecinos del Pozo y a los de Sta. Eugenia. Acudo a donar sangre, pero de camino dan un comunicado por la radio: se ha cubierto la demanda, hay colas inmensas, hay que esperar unos días. ¡Bravo Madrid!. La cifra de muertos no para de crecer. Sobran las palabras. El resto del día lo paso como muchos pegado a la tele incapaz de hacer otra cosa, enviando y recibiendo mensajes y llamadas de conocidos.
    Estoy despierto, por un momento parece un día cualquiera, pero instantaneamente se me nubla el alma. Por la tarde a eso de las seis salimos para la manifestación. Llueve sin parar. Cogemos el coche pero nos dirigimos a la estación de tren ya que la autopista está colapsada, por la radio dicen que todas. El parking de la estación está casi más rebosante de coches que un día normal. En el andén nos apretujamos todos bajo el techo para no mojarnos. Todos vamos al mismo sitio. Se ven corrillos de gente comentando el mismo tema. Hay gente con lazos pintados en la cara o con nombres en la frente. Llega el tren. Sólo hay una parada antes pero ya no hay un solo asiento libre. Nadie lo comenta, pero no creo ser yo el único que mira arriba y se imagina al tren con el techo resquebrajado o los boquetes de las explosiones. En la siguiente parada el tren se llena hasta que estamos todos como las sardinillas de las latas. Si el letrero de la pared dice que la capacidad máxima del vagón es de doscientos cuarenta y tres, debíamos ir unos trescientos. Estamos llegando a Atocha. Todo el mundo se asoma por la ventana buscando el tren de la C/ Téllez. Hay aparcado un talgo delante pero al final podemos verlo casi de refilón. La sangre se hiela. Entramos en la estación. El tren de Atocha ya no está. Cuando se abren las puertas veo una marea humana, más que un día normal en plena hora punta. De los diez andenes brotan torrentes de personas que se van uniendo. Subimos a la pasarela superior para tener una vista de la estación, y ya como un rio salimos a la calle. De todas las salidas de la estación salen verdaderos rios de gente. NO TENEMOS MIEDO. Abrimos el paraguas y andamos como podemos. Estamos en la confluencia del Pso. de la Infanta Isabel y Av. Ciudad de Barcelona con la Glorieta de Atocha, es decir, al final del recorrido de la manifestación y no podemos movernos, pasito a pasito llegamos hasta la puerta del Ministerio de Agricultura y allí nos quedamos. Una marea inmensa de paraguas se ve en todas direcciones, todas las calles pequeñas de alrededor llenas: Alfonso XII y Doctor Velasco son las que puedo ver y están hasta arriba. Somos un oceano sin final. Por un momento me acuerdo de los increibles ejércitos generados por ordenador que aparecen en la peli de El Retorno del Rey ¡Aquí es realidad! Somos el ejercito de la paz y hemos venido a demostrarle a los muertos, a los heridos, a sus familiares y al mundo entero que NO ESTÁN SOLOS, que atacando el corazón y una gran arteria del transporte podian habernos matado a cualquiera de los que estábamos allí y que NO OLVIDAREMOS jamás, ni a los muertos ni a los asesinos. Como han dicho: ayer no llovía, Madrid lloraba. No sabiamos que pasaba ni si quiera en la plaza de Atocha, ni a pesar de acercarnos todo lo que pudimos, no sabiamos donde estaba la cabecera de la manifestación, ni cuando acabó, pero daba completamente igual. Gente de todas clases y edades, lemas de todas las maneras: «No estamos todos, faltan doscientos»; «En ese trén, íbamos todos», «Asesinos, asesinos»; etc. Más de dos horas después volvimos a la estación. Realmente era un gran rio. Había la misma cantidad de gente que al principio solo que ahora de vuelta, seguramente estuvo así toda la tarde. Aún cuando llegamos a casa en la tele seguía mostrando un mar de gente. Más de dos millones trescientas mil personas decian. Incontable en mi opinión. Todos lo hemos visto muy cerca, todos hemos pasado cientos o incluso miles de veces por Atocha o las otras estaciones. Todo el mundo puede contar de si mismo o de alguien cercano, que podía haber estado allí, que se salvó de milagro o que lo vio. Esto no puede volver a pasar, que se enteren esos cabrones que van a caer.
    No quiero acabar sin decir lo alucinante que fue llegar a casa y ver las manifestaciones de toda España, ¡había ciudades que duplicaban o triplicaban su población habitual!. Uno no sabe que palabras emplear para describir lo que se siente. La solidaridad de la gente no tiene límites ¡Que no se sientan sólos!, estamos con ellos, su dolor es el nuestro, tienen que reventar todos los trenes si pretenden hacernos callar. Seguimos despiertos.

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