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Cuento de invierno. Risitas

Es propicio el tiempo de invierno para contar historias, leyendas y cuentos al calor del fuego de una chimenea. La mayoría de la tradición oral se ha producido en este ambiente, así que estando en tiempo de ello os contaré un cuento, como siempre se dice, “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”, si bien y volviendo a tirar de frase hecha “la realidad siempre supera a la ficción; comienzo:

En un país no muy lejano, y no hace mucho tiempo, había una villa en la que sus habitantes eran unos seres tristes y apesadumbrados, las calles estaban oscuras, los árboles mustios, sus pájaros habían enmudecido, hasta las espadañas de las iglesias estaban vacías de cigüeñas. Se vivía en grupos casi aislados, y entre ellos no se atrevían a saludarse, los había incluso que se ocultaban, bajaban la cabeza o cambiaban de dirección con tal de no tener que asumir un gesto de educación. A la villa se le conocía como “Villatriste”.

Esto venía ocurriendo de un tiempo a esta parte; antes aun con diferencias siempre se guardó el debido respeto, incluso los regidores sabían respetarse tanto dentro de los cónclaves como en el día a día.

Un día le llego está información a “Risitas”. “Risitas” era un arcoíris que se dedicaba a hacer felices a las personas, sus colores alegraban por donde pasaba; desde su altura cuando brillaba el sol y las nubes soltaban lágrimas de alegría, aparecía para colorear el cielo y alegrar todo lo aquello que inundaba sus colores; tanto era así que había decidido dedicar su tiempo a levantar los ánimos y convertir a las personas obtusas, cabizbajas y cariacontecidas en personas alegres, risueñas y optimistas.

Viendo la situación por la que atravesaba “Villatriste” se propuso bajar con la intención de vender su mercancía.

Puso un puesto de sonrisas y alegría en la Plaza de “Villatriste”, esperó a que aparecieran clientes con la intención de regalar aquello de lo que era portador, pero los convecinos no se atrevían a acercarse a su puesto por miedo al Señor de la villa, que era quien más sabía de todo y quien influía, en unos por poder y en otros por miedo.

Decidido a cambiar el rictus de todos los habitantes pensó en ir uno por uno regalando su personalidad, y a quien primero pensó que tenía que visitar fue a los poderosos del lugar: al Señor de “Villatriste”, luego a los representantes de los poderes de toda la sociedad, y finalmente de los pobladores de la villa.

Su trabajo tropezó con la primera piedra cuando hizo la primera visita. El Señor de la villa no tenía intenciones de cambiar su forma de ser y de hacer las cosas, es más, le contestó que Él era quien más sabía de todo, qué cómo se le ocurría decirle a Él lo que tenía o no que hacer y cómo ser; le mandó callar, le echo en cara su risa fácil y su desfachatez, y por malgastar el tiempo en risitas que no valían para nada, además le dijo que si no se hacía caso y abandonaba el lugar, a la tercera vez que lo viera le llamaría al orden y lo echaría con sus huestes, después le diría al notario mayor de la villa que constara en acta para que se le prohibiera volver por sus dominios.

A la vista del resultado “Risitas” intentó reunirse con los otros poderosos con la intención de convencerlos y que todos ganaran en calidad y felicidad, pero se dio cuenta que estaban unos imbuidos por el Señor y otros amedrantados.

Después de vagar por las calles desde la puesta del sol hasta el amanecer pensó que lo mejor sería irse a otro lugar donde necesitaran y quisieran comprarle su mercancía.

Así que, algo pesaroso por no haber sido capaz de convencer a quien debía haber sido el primero en cambiar su actitud y concederle el permiso para hacer lo mismo con todos los habitantes, abandonó “Villatriste” en busca de otro lugar; pero pensó que no los abandonaría definitivamente y estaría pendiente para cuando fuera el momento propicio volver y convertir “Villatriste” en lo que había sido antes.

Al día siguiente cogió sus cosas y se marchó, y “Villatriste” que durante unas horas había resplandecido con los colores del arcoíris volvió a quedar sumida en la desesperación y el oscurantismo a la espera de mejores momentos.

 

Julio Saavedra Gutiérrez.

 

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