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Mi pueblo y su gente: Los piñoneros

Cuando allá por 1983 me incorporé a mi destino laboral en Cáceres, alguien me preguntó:

–Y el nuevo de dónde es.

–De Garrovillas de Alconétar, contesté.

–¡«Hombre, del pueblo de los piñonis que los comi quien los comi»!

Este podía, y de echo fue, uno de los muchos tópicos típicos con que se nos identifica a los garrovillanos, que también podría haber mencionado aquel de «el pueblo de las peías» o aquel otro de «los cutainos»

Y si de piñones hablamos tenemos que hacerlo con algún miembro de los piñoneros de raza y oficio de la familia Pizarro, en este caso con el más dicharachero de los que lo ejercen actualmente, Pedro.

Nos tenemos que retrotraer a Domingo, quien casó con Paula, abuelo de Pedro para colocarlo como el primer piñonero de la saga.

A Domingo le siguió en el oficio su hijo Aurelio quien casándose con Consolación ejercía el oficio para sacar el sustento y alimentar a sus retoños, hasta en diez ocasiones Consolación tuvo a bien parir, si bien es cierto que en la actualidad solo 5 de ellos viven: María, Jesús, Domingo, Flore y Pedro.

A Aurelio, aquellos que peinan canas y otros que no peinamos nada, se le recuerda sentado en el suelo con el saco de piñones y «la meía» de madera con la que vendía el producto elaborado por ellos mismos. Otra seña de identidad de Aurelio era una resulta física, accidente laboral que se diría ahora, al caerse de un pino en plena faena en la finca de Morgado, donde siempre fue buen lugar para la recolección del piñón.

Me refiere Pedro la anécdota de que su madre, Consolación, coincidió en el tiempo en parir con la mayor de sus hijas, María, y que entre madre e hija se alternaban en dar de mamar la abuela al nieto y a su hija menor, y la hija a su hijo y a su hermana más pequeña; valiente «cerrabullu» que diría algún lugareño, tal cual me la cuenta así la refiero.

Metidos en el sacrificado y peligroso oficio de piñonero, Pedro, a quien ayuda su mujer Emilia en algunas faenas, me comenta que no todos tienen la misma facultad para trepar al pino y recolectar (tirar) la piña; el método es subir ayudándose de una soga o maroma que previamente se ha lanzado a una «gaja» del pino con un útil apropiado para ello –porrillo–, e incluso en ocasiones se puede 

subir sin ayuda, agarrándose a la corteza del pino, tal cual practican hoy algunos escaladores en paredes vertical, con el consiguiente peligro de poder desgajarse la cascarilla.

Una vez recolectado y hasta ver el producto final en el mercado, las tareas son varias. La primera será asar la piña para facilitar la extracción del piñón, bien haciendo una hoguera o con métodos más modernos; hay que descular la piña, quitarle el culo o rabo que la une al pino, el siguiente paso es desgranar la piña para sacar el mayor número posible de piñones, los siguientes pasos son utilizar varias cribas y en función del tamaño de la trama se va separando los restos de la piña de piñón ya limpio, posteriormente se vuelve a hacer un espulgo más exquisito para recolectar aquellos piñones que se han podido quedar oculto entre los restos de la piña (cuando se encuentran dos piñones en la misma cascarilla se le llama «carreta».

Finalmente el piñón se envasa y se pone en el mercado a la venta, cosa esta nada fácil si se quiere vender la mercancía.

Quienes conocemos y hemos visto a Pedro vendiendo, no solo el piñón, sabemos de los mil y un chascarrillos con el que ofrece los productos, todos ellos naturales y ecológicos: «el piñón tostao y purificao que dura 20 años y no hace daño…»

Me refiere Pedro que con los años y el abandono de los pinos estos se ha ido deteriorando; cuando hace algunos años se tenía el pinar limpio, se entresacaban los pinos y se cortaban, se llegaban a exportar más de 10 camiones de piñas, con una carga de 25.000 kilogramos cada uno, el producto iba principalmente para Valladolid.

En la actualidad casi todo lo que se elabora es para venta envasada y la exportación ha decaído hasta niveles ínfimos.

Sin duda alguna un oficio, este de piñonero, que no deberíamos consentir que se perdiera, como otros tantos; incentivando la conservación del mismo y adaptándolo a los tiempos que vivimos, tanto en el campo de la plantación y conservación del pino, como en la elaboración del producto final; en algún lugar, me comenta Pedro, que se han puesto al día y han creado industrias con maquinarias apropiadas para hacer rentable un producto que tiene una buena salida de mercado, tanto en la cantidad de demanda como en el valor final del producto.

No quiero terminar este homenaje a los todos los piñoneros de mi pueblo, a través de la familia Pizarro, sin hacer mención especial a las mujeres de ellos que siempre han ayudado y aportado con las faenas propias a hacer más digno este oficio.

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