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La instrucción de los niños de Garrovillas de Alconétar en el s. XVIII. El maestro de Primeras Letras.

En la década 1750-1759 la media de alfabetización en España era del 21%, siendo la de los hombres (30%) muy superior a la de las mujeres (5%). Las cifras indican por otro lado que en los núcleos urbanos existían mayores posibilidades educativas que en el medio rural. Todas las cifras referidas a la segunda década del siglo XVIII reflejan un escaso nivel de alfabetización, pese al esfuerzo de los ilustrados por alfabetizar al país a través de las escuelas de primeras letras.

 

 

Desde comienzos de la Edad Moderna y hasta el reinado de Carlos III, existieron en España varias instituciones –parroquias, conventos, escuelas municiones, orfanatos,…- donde algunos niños recibían instrucción, lo que constituía su primer etapa de aprendizaje.

 

En el siglo XVIII, la corriente de pensamiento político conocida como Despotismo ilustrado (heredera de la corriente intelectual denominada Ilustración) recorrerá Europa y penetrará también en España. Con la llegada de Carlos III  al trono (1759-1788), los ilustrados españoles entenderán que la mejora de la enseñanza, -en un país atrasado económicamente y ahogado por el inmovilismo- constituía un paso previo para reformar el país. Éstos confiarán al Estado el papel de dirigir la empresa pedagógica, que se encuentra con el obstáculo de las clases dominantes, opuestas a cualquier intento de reforma educativa. Algunas leyes establecen ahora que “los maestros de primeras letras no admitan niños de ambos sexos.”

 

Hasta el siglo XVIII las clases religiosas habían monopolizado la instrucción de las clases altas, pero a partir de ahora se les une la iniciativa pública (Estado, municipios) o privada (Sociedades de Amigos del País…)  Esta enseñanza elemental abarcaba desde los 6 a los 10 años e incluía un programa que por orden de importancia era el siguiente: religión, moral, lectura, escritura y aritmética. El sistema educativo lo constituían las escuelas de primeras letras (leer y escribir); escuelas de latín; escuelas militares; escuelas o colegios de cirugía; seminarios diocesanos y enseñanza de oficios.

 

Algunos documentos nos permiten conocer varios aspectos relacionados con la educación de los niños (sin especificar sexos) en la villa de Garrovillas de Alconétar a mediados del siglo XVIII.  Uno de ellos está fechado en 7 de diciembre de 1740 en presencia del escribano Juan Gutiérrez Bravo. Se trata de un acta municipal en la que figura la admisión del maestro de primeras letras “para la educaçion y enseñanza de niños en la escuela de leer, escrivir y contar y la doctrina xpristiana”. El docente, don Salvador José Pacheco, era natural del lugar de Robledillo “jurisdicción de la ciudad de Plasençia”. Reunido ese día el docente con los señores “justiçia y reximiento” en las casas del Ayuntamiento, establecieron que éste habría de comenzar su servicio el primero de enero del año siguiente. Para tal fin el maestro debió firmar un contrato, suscrito por ambas partes. El documento nos revela que el docente debía recibir de la villa “en cada un año doze ducados de v(ell)on para el alquiler de la casa que ocupase para su havitacion,” (morada cuya ubicación silencia el texto, quizás porque las diligencias de buscarla corrieran de su cuenta). Además de la retribución citada, de cada persona que recibiese instrucción, debía percibir mensualmente “los yntereses regulares y acostumbrados por el tiempo que perseverase en dicho exerçicio”.

 

Los emolumentos por desempeñar su cargo debía recibirlos don Salvador de los bienes de propios de la villa una vez cumplido el año. Probablemente no podamos aplicar aquí el dicho que reza “pasar más hambre que un maestro de escuela” pues la retribución económica que el Concejo garrovillano debía entregar a don Salvador por los servicios prestados es considerable.

 

Pero también se le exige responsabilidad al maestro en su oficio, advirtiéndole de que “…no yncurra en falta en el cumplimiento de su obligazion”.

 

Finalmente firman el documento las autoridades del Concejo, a saber: don Rodrigo Gil Bocache;  don Francisco Antonio de Noriega; Francisco de Olivares y Barahona; Francisco Dosma Tejero; el licenciado de la Cruz Ribero y el escribano Juan Gutiérrez Bravo. Entre sus “mercedes” se encuentra también don Fernando Dosma Cañizares, mayordomo y procurador general, que debía haber estampado su rúbrica en el documento; la razón porque no lo hizo: “que no sabe”…

 

Como reflexión final, podemos decir que es de alabar la preocupación del Concejo garrovillano por la instrucción infantil en esta centuria y en fecha tan temprana como es el año de 1740 -antes de la llegada al trono de Carlos III y por ende de la introducción de las ideas de los ilustrados, quienes considerarán que “la educación hace al hombre” y convierte a éste en un ciudadano útil a la sociedad y al Estado. Pocos años más tarde nace en Suiza J. H. Pestalozzi (1746-1827), reformador de la educación, quien con sus teorías sentará los cimientos de la moderna educación elemental. Sus ideas han de ejercer gran influencia en los sistemas de la escuela elemental del mundo occidental.

 

 

 

José María Velaz ®

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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