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Garrovillas se merece la ecotasa

El Tribunal Constitucional ha anulado la ecotasa. Tras lo legal, se esconde lo social y lo moral. Para refrescar la realidad de «Extremadura, tierra de pantanos», nos hemos acercado a Garrovillas, un pueblo con un antes y un después del embalse de Alcántara, como tantos otros en Extremadura.

Garrovillas está situada en la orilla sur del río Tajo. A partir de los datos que nos proporciona el profesor garrovillano Leandro Monroy, presidente de la asociación cultural Alconétar, podemos imaginarnos la vida en el pueblo un día cualquiera de 1960. Los recoveros recorren las granjas del municipio recogiendo huevos que luego son clasificados y enviados a Madrid por la empresa huevera de Luis Plaza en el tren correo. 

Este convoy ferroviario y otros paran en la estación de Garrovillas, conectada con el pueblo por un autobús y y situada en el vado del Tajo, centro de actividad económica y atractivo enclave turístico con los restos del puente romano de Alconétar, del puente del ferrocarril construido por Eiffel en 1881, del castillo de Floripes, de la antigua Turmulus y de la basílica paleocristiana de La Magdalena. En el vado, hay 120 hectáreas de regadío, industrias de extracción de áridos, 30 familias, que se dedican a la pesca, y otras 60 familias que viven allí.

Arriba, en el pueblo, hay una actividad agrícola, artesana y comercial de primer orden. A la entrada, el tío Daniel tiene su pequeño astillero, un taller de carpintería de ribera donde se construyen barcas. En los campos, decenas de pastores elaboran sus tortas con leche de oveja, se explotan forestalmente los pinares y se cultivan las tierras. Tras acabarse el pantano de Alcántara, el municipio pasa de 7.000 habitantes a 2.300. Dos tercios de su población emigran, entre ellos, los abuelos de Jordi Hurtado y Jordi Évole

Paseando por las calles de Garrovillas un día cualquiera de 1960, van saliendo al paso las 19 empresas de zapatería, que dan trabajo a 103 maestros, oficiales y aprendices, las 12 herrerías, los nueve talleres de carpintería y cestería, las siete tahonas y los cuatros hornos de pan de los tíos Pablo y Gudín y las tías Pinta y Pichota. Había 14 comercios de ultramarinos y 10 de ropa, además de otras siete tiendas de droguería, ferretería, etcétera. En una casa, suena la primera lavadora llegada al pueblo, en otra, silba la primera olla exprés de una Garrovillas que es ejemplo de desarrollo.

Pero de pronto, la vida de Garrovillas cambia. Se aprueba la construcción del embalse hidroeléctrico de Alcántara, comienzan las obras y, en 10 años, el pueblo sufre una catástrofe social y económica de la que no se recuperará. En un principio, las noticias son buenas: habrá empleo para cientos de garrovillanos y se pagarán sueldos magníficos. Pero eso traerá una primera consecuencia. El campo no puede competir con esos salarios: se abandona la explotación forestal de los pinares, las tierras de labor pasan a ser de pasto y se cambian las ovejas por las vacas.

La segunda consecuencia es que las aguas del pantano anegan el vado de Garrovillas, que queda aislada. Esto supone la pérdida de parte de su atractivo turístico y de las 120 hectáreas de regadío, además de 19.000 olivos, 5.000 almendros, 500 frutales, 346 mimbreras, 13.000 encinas, 2.000 álamos, dos fábricas de mosaicos y batanes, aceñas, lagares y molinos, incluido uno de chocolate. Desaparece la estación de ferrocarril, que se traslada a un lugar absurdo e inútil, se acaba la explotación pesquera y las 60 familias del lugar han de dejar sus hogares.

En 1969 se acaban las obras del embalse (Franco lo inaugura en 1970) y también se terminan el empleo y los buenos sueldos. Garrovillas deja de ser autosuficiente. Su modo de vida ancestral se pierde. El campo se abandona. Los comercios y los talleres artesanos cierran. Las posibilidades de desarrollo se cercenan de raíz. Y llega la diáspora. El pueblo pasa de tener 7.000 habitantes a contar tan solo con 2.300. Dos tercios de sus habitantes emigran (también los abuelos de Jordi Hurtado y Jordi Évole), mientras que en el resto de Extremadura lo habitual es que emigre la mitad de la población. Y ahora, una pregunta tan simplista como razonable: ¿es justa o no es justa la ecotasa?

 

Fuente: http://www.hoy.es/extremadura/201502/23/garrovillas-merece-ecotasa-20150223000714-v.html

 

 

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