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Del galanteo al tálamo

El título corresponde al de un libro escrito por José V. Serradilla Muñoz, jaraiceño, escritor y periodista. En él se hace una acordanza y descripción de las antiguas ceremonias de bodas en la Comarca de la Vera, sin entrar mucho en las profundidades antropológicas que el asunto podría dar. Se describen principalmente los hechos sociales, y recopila un buen ramillete de cantos de epitalamio (cantos de bodas). Con alguna pequeña variación podría valernos para una boda de hace algún tiempo –no mucho- de las que se celebraban por nuestro pueblo, que nada tienen que ver con los “bodorrios” que se han impuesto con la modernidad de los tiempos.

Lo que parece que no ha variado mucho es el tiempo de noviazgo, cierto es que por causas distintas, antes era de obligado cumplimiento estar 5 o 6 años de novios, ahora también se está igual o más tiempo, pero por otros asuntos que nada tienen que ver con el decoro y el recato de antaño.

Por lo demás, se parecen como un “higo a una castaña”. Para empezar los protocolos familiares que antes se tenían al uso han desaparecido, ya no se acompaña primero a la calle, luego a la puerta, para terminar entrando en la casa y posteriormente pedir formalmente la mano de la interfecta; ahora al poco tiempo desaparecen un día, se van de viaje ellos solos y cuando los padres se dan cuenta están comiendo todos en la misma mesa, sino se han ido a vivir primero para conocerse “en profundidad”.

Lo de las bodas civiles antes ni se planteaba, tenía que ser con todas las bendiciones habidas y por haber, incluidas las preceptivas amonestaciones que durante algún tiempo la iglesia se encargaba de publicar por si pudiera haber algún impedimento para que se celebrara el matrimonio.

Hoy en día tan celebrado como la boda son las despedidas de solteros y solteras, donde cada cual con sus pandillas se permiten el irse a la ciudad que ustedes quieran imaginar y desmadrarse hasta puntos insospechados. También están aquellas despedidas que se asemejan al ágape de la boda pero con un número más reducidos de invitados. ¡Un derroche vamos! Antes las despedidas eran solo de hombre, y como mucho consistían en tomarse algunos vinos juntos a costa del novio y familia, y en caso de opulencia, matar algún animal para acompañar la correspondiente arroba de vino.

Algo que se ha perdido ha sido lo de “pagar el piso”, que consistía en que si el novio no era del lugar, tenía que invitar a los amigos de la novia a otro refrigerio, todo en función de cómo anduviera de pecunia. Mi padre alguna vez –no, muchas- me contó que él pagó el piso, invitó a los amigos y los que serían después cuñados y familiares a la correspondiente arroba de vino, a la que añadieron algunas pitanzas y celebraron una jira en la Floriana.

La forma de invitar también es algo que ha variado sustancialmente, antiguamente se solía hacer de viva voz y casa por casa de los invitados, con una retahíla al uso: “fulanita, que se casa mi hija y estáis invitado a la boda”. En ese momento también se comunicaba si se era invitado de primera o del montón; en función de la categoría se iba a la ceremonia y al convite los más lejanos; los otros, familiares y “del assa”, se quedaban al baile y a la consabida cena, consistente en: chanfaina, “guissau”, “escabechi” y tarta borracha, era curioso ver a los hombre adornar el bolsillo superior de la chaqueta con el consabido cubierto envuelto en la servilleta de rigor –de trapo lógicamente-.

Hoy la invitación es una especie de competición a ver cuál es la más original; y del banquete ya ni hablamos; previamente se han ido los familiares al restaurante correspondiente a hacer una prueba, que consiste en atiborrarse de todo lo que sacan y elegir, luego lo que se tiene que pedir es suerte en acertar el día de la boda y que los platos gusten al mayor número de invitados, del abreboca previo ya ni os cuento, ¡lástima de sobras!, pero claro es tan buena hora y entra todo tan bien que a ver quien dice que no a todo lo que ofrecen.

Los trajes no han cambiado mucho, ellas de blanco pureza; los hombres, terno en color oscuro generalmente, últimamente para dar más prestancia con chaqué. Los invitados, cual pasarela Cibeles.

Ahora, después de la manduca principal, música en lata y copas a tutiplén hasta que el cuerpo aguante. Antes, las horas terminaban cuando los músicos se cansaban y mandaban a todos a la cama. Los novios si tenían donde quedarse se iban pronto a hacer los oficios, si no les molestaban con alguna ronda de los últimos beodos que se quedaban para ver amanecer y dar el correspondiente coñazo. Hoy normalmente los novios desaparece de golpe y porrazo porque tienen que coger no se qué vuelo para irse a no sé qué país, con lo que se ha perdido aquello de la tornaboda y el estarse una semana comiendo en casa de parientes invitados, algunos incluso se permitían algún viaje cerca para visitar a familiares allegados. Hoy los cruceros, los viajes, las excursiones y recorridos “culturales” ocupan la agenda de los recién casados al menos 10 días.

Antes se decía: “el casado casa quiere”. ¿Qué pasa ahora? Que como ya han estado algún tiempo conviviendo en la casa, lo que quieren es volar.

¡Ay! ¡Que días aquellos en los que después del juramento para toda la vida estaban deseando de poner en práctica lo prometido y meterse en su nido de amor y darle uso al tálamo!

Me parece que ya me he pasado de rollo, lo que pasa que este último párrafo me recuerda a quienes juraron asumir responsabilidades en función del cargo adquirido y después de algún tiempo andan como los novios de hoy en día; se han ido de viaje y la casa y el tálamo sin darle uso.

Prometo seguir con lo de los bodorrios que es más interesante y más ilustrativo que los devenires de distraídos.

Julio Saavedra Gutiérrez. 

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