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La Historia, como siempre, maestra de la actualidad

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Decía Marx, que podría equivocarse, pero no era tonto, que «la historia se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda, como farsa». Asisto estupefacto a la representación químicamente pura del síndrome de Estocolmo de que hace gala la sociedad española, si es que tal cosa existe, cuando ha de enfrentarse a cualquiera de sus enemigos.

En los años treinta del siglo XX, inmediatamente después del ascenso del führer al poder, Alemania comenzó una carrera armamentística que violaba claramente el tratado de Versalles, que imponía restricciones a la capacidad militar alemana, tras su derrota en la Iª Guerra Mundial. Los gobiernos de Francia e Inglaterra, en manos de dos personajes débiles, a quienes la historia juzgará con dureza, se negaron a ver la realidad, y a tomar la decisión de ocupar Alemania con sus ejércitos, por entonces, años 1933-1936, muy superiores al alemán. Sólo existía un diputado de los Comunes en Inglaterra que, en absoluta soledad, clamaba para que Francia e Inglaterra frenaran, cuando aún fuese posible el rearmamento del Reich o, al menos, se armaran para un posible conflicto.

Por supuesto, la gente de pazzzz de Inglaterra, se encargaba de ridiculizarle a diario. «Loco belicista» le llamaban. Churchill era un personaje anacrónico que no quería la paz, mientras que los pacifistas, como el Premier Chamberlain y la casi totalidad de los diputados británicos, confiaban en las palabras de paz que, una vez tras otra, traían los diplomáticos ingleses que volvían de Alemania. ¡Alemania quiere la paz!, gritaban los muy ilusos.

Alemania se anexionó Austria, y los ingleses y franceses se reunieron con los nazis y, por supuesto, prefirieron conformarse con su promesa de que serían buenos. Volvieron a sus países con más noticias y palabras de paz. Poco tiempo después, Alemania fagocitó los Sudetes checos. Año 1938. A instancias de Chamberlain y Daladier, se convoca una «conferencia de paz» ¿a que os suena? Como resultado, los Pactos de Münich: Alemania promete no iniciar más agresiones. A cambio, Inglaterra y Francia reconocen los hechos consumados, traicionando a los checoslovacos a los que habían prometido defender de Alemania. Al volver a sus países declararon «¡Se ha terminado el problema!» «Alemania abandona sus pretensiones!» «¡Los nazis quieren la paz!» «Se abre una nueva era de paz». Sin embargo, con esta abyecta representación, los políticos ingleses se autoengañaban y engañaban a su pueblo. 

En medio de una lamentable sesión de abrazos en la Cámara de los Comunes, donde todos se felicitaban unos a otros, por su estupidez, supongo, sólo Churchill tomó la palabra y declaró tonante:

                  «Habéis pagado la paz con la indignidad. Tendréis la indignidad y la guerra«.

Todo acabó como tenía que acabar. El 1 de septiembre de 1939, los ejércitos del Reich invadieron Polonia, e Inglaterra y Francia se vieron obligadas a declarar la guerra a Alemania, pero el monstruo era ya demasiado grande, y costó millones de muertos acabar con él.

Cámbiese ETA por nazis, politicuchos ingleses por politicuchos españoles (del PSOE y del PP), y países traicionados por víctimas, y hágase el análisis que se crea conveniente. Y como ejemplo para finalizar, aquí tenéis un fragmento de las Memorias de Sir Winston Churchill:

«Sería un error al juzgar la política del gobierno británico (de Chamberlain) no recordar el deseo apasionado de paz que animaba a la mayoría desinformada y mal informada del pueblo británico, y que parecía amenazar con la extinción a cualquiera, partido o político, que se atreviera a seguir cualquier otra corriente, lo cual evidentemente no sirve de excusa a los dirigentes que no cumplen con su deber».

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