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1. Una Historia acelerada

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H hamlet
Superadministrador

Finales de 1973, un viejo y barato Datsun de segunda mano cruza Estados Unidos. Conduce un matemático hippioso sin mucho acomodo en la vida académica y con ninguno en la empresa o la administración. Busca viejos veteranos de la Guerra Mundial para hablar de matemáticas. Estudios criptográficos en bibliotecas de pueblo, desclasificados por la ineficiencia de la NSA. Nada digno de salir en los periodicos. Las carreteras son las de siempre, pero W. Diffie está trazando los primeros senderos de un nuevo mapa cuyos límites finales aún no hemos descubierto.

Diffie, un hacker de primera generación, crearía los fundamentos de la criptografía de clave pública, permitiendo que años después se desarrollaran el comercio electrónico y enloquecieran los servicios de inteligencia. Diffie fue pionero en involucrar a la opinión pública en las batallas políticas del mundo digital. Se abría un periodo nuevo: las grandes guerras de la Sociedad de la Información.

En estas guerras han caido gigantes como la ATT o IBM, naves insignia de lo más avanzado del viejo mundo industrial, pero también gobiernos, valores morales, leyes y flotillas de .com’s. Hay quien asegura que la caída del imperio soviético se debió en parte a sus coletazos. El caso es que sus primeros resultados han cambiado nuestra forma de comunicar, divertirnos y trabajar, pero aún estamos lejos de captar hasta dónde pueden llevarnos.

Este trabajo parte de una tésis sencilla pero novedosa: existe una base económica y material común para todos estos cambios. En la medida que la evolución del sistema económico se mantenga por los mismos derroteros, movimientos como el software libre, el copyleft o el P2P musical, socavarán cada vez más profunda e irremediablemente el orden corporativo, jurídico y económico internacional, enfrentándose al poder de los estados y los monopolios y elevando nuevos valores sociales en conflicto con el poder establecido.

Desde mediados del siglo XX, en el valor de la producción el componente creativo y científico ha crecido constantemente, azuzado por la competencia global militar y económica.

Con los mercados saturados, sólo el diseño, la creación, la fabricación masiva de lo único, nuevo y diferente podía resultar atractivo. Con el planeta fotografiado hasta la saciedad por cientos de satélites y la planificación exigiendo modelos económicos que computaran millones de precios y respuestas de los consumidores, era necesario procesar y transmitir información de forma rápida, segura y barata.

El desarrollo de las tecnologías de la información ha sido exponencial. El proceso es acumulativo e imparable: cuanto más sabemos sobre la información y las redes, mejores máquinas y procesos podemos diseñar para gestionarlas y aprender como funcionan. Desde que en 1948 Alan Turing crea en Bentley Park, el Sancta Santorum del servicio criptográfico británico, Colossus, el primer ordenador, para hackear códigos secretos de forma automática, hasta el nacimiento del Apple, el primer ordenador personal, pasaron casi cuarenta años de economía de guerra. En los veinte siguientes, cuando la tecnología ya había desbordado el marco de la guerra fría para llegar a los garajes y los supermercados, nacerían Internet, la WWW, la informática de bolsillo, la telefonía digital, los CDs…

Pero el movimiento es mucho más profundo. Si el componente científico y creativo es cada vez más relevante en el valor de la producción, es lógico pensar que la organización de esa producción tienda a emular el modo en que se organizó desde el Renacimiento el trabajo artístico y científico: como la academia o la república de las letras. Economías de red que valoran más el reconocimiento que el ingreso monetario. Si el capitalismo se parecía al monasterio medieval -con su separación del tiempo en función de las horas de trabajo-, el informacionalismo se parecerá a la Universidad, con sus sistemas de redes pensadas para compartir hallazgos y formar acervos comunes, escuelas y tendencias sin necesidad de una autoridad central.

Esa tensión entre una forma de organización social emergente y otra aún sólida se refleja en las guerras de la sociedad de la información, de Linux a Napster, de Internet a los movimientos de ciberderechos. Pero también genera valores nuevos, nuevos tipos de héroes y de discursos. Informa los conflictos entre ciudades y territorios, entre capitales y metrópolis. Busca nuevas formas de organizar las relaciones personales y el entorno, trae nuevas formas de protesta y de conservadurismo. Cambia ejes. Nos da inmensas y nuevas posibilidades de libertad y obligaciones incompresibles hace tan sólo diez años.

Estamos en el nacimiento de un mundo nuevo. Un momento épico colectivo mediado por la tecnología que se desarrolla sobre el curso de una Historia acelerada.

En las siguientes páginas intentaremos entenderlo un poco para entendernos a nosotros mismos, su producto informacional último.

Por David de Ugarte

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