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Historia del Convento de San Antonio de Padua de Garrovillas

Copia de la Historia del Convento de San Antonio de Padua, de Garrovillas, por Don Eugenio Escobar Prieto. (Tomada de «La Voz de San Antonio», año 1898, pags. 221 y 235 del Tomo III). Además de la importancia histórica que de tiempos antiguos alcanzara Garrovillas, se ha distinguido siempre por la acendrada piedad de sus habitantes y el entusiasmo por todo lo grande y lo bueno. Acreditan esta verdad con sobradas elocuencias dos artisticos templos parroquiales, un convento de frailes, dos de monjas, casa de Templarios de Alconétar, trece hermitas, numerosos Beneficios, Capellanías, Obras Pías, y los varones eminentes que han salido de esta villa, de los que nos ocuparemos en otra parte. CONTINUARA Nuestra misión al presente se concreta a historiar la fundación del Convento de Menores Observantes que, bajo la advocación de San Antonio de Padua, tenía en Garrovillas la Provincia de San Miguel.

Su origen es por demás interesante. Era señor de los Estados de Garrovillas desde 1442, D.Enrique Enríquez, Conde de Alba de Liste, quien se interesaba vivamente por el bien espiritual y temporal de sus pueblos, a ejemplo de los nobles de su época, y muy especialmente de su padre D.Alonso Enríquez, primer almirante de Castilla, fundador del Convento de Santa Clara Palencia. Partidario decidido el Conde de los Reyes Católicos, no le sirivieron los años de estorbo para acompañar en 1476 a su sobrino D. Fernando el Católico en el cerco del castillo de Zamora, del que se habían apoderado los partidarios de la Beltraneja, ayudados por los portugueses. Durante el sitio los cuidados de la guerra no le impidiero

n celebrar frecuentes conferencias con el Nuncio del Papa sobre la fundación del Convento Franciscano en Garrovillas. Arrojados de Zamora los rebeldes, persiguio el Conde a los Portugueses hasta Toro, donde fueron por segunda vez derrotados, emprendiendo con este motivo desordenadamente la fuga hasta su pais. El animoso Conde, sin embargo de su ancianidad, continuo pisándole la retaguardia en la huída y avanzando demasiado con pocos soldados, le hicieron prisioneros los portugueses. Este desgraciado accidente, lejos de entiviar, avivó sus deseos y los de su esposa doña Maria de Guzman, de llevar adelante la proyectada fundación.

Tantas actividades despliegó la noble condesa, que, habiendo ocurrido la prisión del Conde en los primeros dias de Febrero de 1476, el 16 de Marzo del mismo año ya expidió el Nuncio la licencia para erigir el Convento. Una pequeña dificultar vino a detener, aunque por breve plazo,tan generosa como santa empresa. Preso el Conde y ausente el Obispo de Coria, que era Don Iñigo Manrique de Lara, a quien venía cometida la ejecución de las letras del Nuncio apostólico, la Condesa María, con el objeto de evitar todo retraso, solicitó la subsanación de estos defectos, lo que tuvo lugar mediante nuevo despacho del Nuncio expedido el 16 de Agosto del mismo año, en virtud del cual se encomendaba la ejecucion de este negocio el provisor de Coria, y la Condesa María sustituía a su esposo. Escogido sitio para el Convento a unos cuatrocientos pasos de la Villa hacia occidente, la piadosa Dª. María sin intimidarse por lo revuelto de los tiempos, emprendió las obras con tanta actividad que a los dos años logró verlas terminadas casi por completo. Entonces fué cuando el conde salio de la prisión, y el primer objeto al que dedicó su atención fué a ultimar el edificio y apresurar la instalacion de los religiosos en el mismo. Sea por atribuir la libertad del Conde a la intercesión del insigne taumaturgo San Antonio de Padua, sea por la aridiente devoción que los Condes y su familia le profesaban de antiguo, o por ambas cosas, que lo más verosímil dieron al Santo por Abogado y titular del convento. El recuerdo de la prisión del Conde quedó perpetuado en un escudo de piedra magníficamente cincelado que aún se conserva en una de las paredes exteriores del templo y es digno de ocupar sitio más seguro. Ademas de las armas de la casa aparece el Conde en uno de los carteles en traje de guerrero y sujeto con cadenas.

La entusiasta solicitud de los Enríquez no se limitó a la edificación del Convento, mientras vivieron daban anualmente de limosna, que dejaron después como carga a sus herederos, ocho arrobas de pescado, una de cera y quincemil maravedises para reparos del edificio.

Eligieron la iglesia de este Convento para panteón de su familia. En dos magníficos sepulcros de alabastro en estatuas puestas de rodillas, en actitud de orar, con las manos juntas en el pecho y en ellas un rosario al lado del evangelio y de la epístola respectivamente, se enterraron el Conde y la Condesa y en ellos se leían las siguientes inscripciones: «Aqui yacen D. Enríque Enríquez, primer conde de Alba de Liste, hijo de D. Alonso Enríquez y de Dª. Juana Mendoza, su mujer, primeros Almirantes de Castilla y nieto de D. Alfonso XI». Aqui yace Dª. Maria de Guzmán, mujer de Enríque Enríquez y señora de esta villa y su tierra, hija de D. Enríque de Guzman, segundo conde de Niebla y de Dª Teresa de Figueroa, su mujer».

Los estrechos límites de esta reseña no permiten detallar la historia del Convento, sus hijos ilustres, y beneficios que aquella santa casa ha dispensado. Solo así, anotaremos que, a medida que pasaban los años, y con ellos se multiplicaban los buenos ejemplos de los religiosos, crecía tambien la devoción a tan ilustre casa, el Obispo de Coria D. Diego Enríquez de Almansa en 1556, concedia un espacio de 30 pasos a lo ancho alrededor de la iglesia para que sirviera de atrio a la misma. Los pueblos de la guardianía que eran Aceuche, Ceclavín, Hinojal, Navas del Madroño, Portezuelo, Santiago del Campo y Talabán rivalizaban en entusiasmo por la orden franciscana y contribuian con sus limosnas al sostenimiento de los religiosos.

A los dos siglos de existencia, dada la creciente importancia del Convento, se notó la necesidad de ampliarlo para dar habitación a mayor número de moradores, y también la de reparar los daños ocasionados por el transcurso del tiempo. A rmediar estos males acudió con generosa mano D. Luis Enríquez nono Conde de Alba de Liste. Este último proceder, resultando la devoción de sus antepasados reedifico el Convento y amplió la iglesia adornándola expléndidamente. En el altar mayor colocó un magnifico retablo dorado con valiosos cuadros de nuestros mejores pintores e hizo lo mismo con los altares colaterales.

Para que tan importantes obras no se perdieran en el olvido, colocó en las paredes de la capilla mayor esta inscripción; «Gobernando la Santa Iglesia Católica Romana nuestro muy santo Padre Alejandro VII, pontífice máximo, reinando en la España la Majestad del Rey nuestro señor D. Felipe IV y siendo señor de esta villa de Garrovillas el excelentísimo señor D. Luis Enríquez de Guzman, nono Conde de Alba de Liste y segundo de Villa Flor y gentilhombre de Cámara de su majestad Virrey y capitán general que ha sido del reino de Nueva España siéndolo de los del Perú su Excia. reedificó, adornó, ilustró esta iglesia y convento, que es de su patronato, para mayor honra y gloria de Dios Nuestro Señor y de la Gloriosisima Virgen Santa Maria, su Madre y Señora Nuestra, concebida sin la mancha de la culpa original, y de los bienaventurados San Francisco de Asis y San Antonio de Padua, año 1667».

En el mismo año de concluirse las obras, falleció en Madrid el Conde y sus restos y los de la Condesa que había ocurrido 9 años antes se trasladaron en Diciembre de 1668 a la iglesia de este Convento, donde recibieron cristiana sepultura junto a sus ilustres antepasados.

En el bajo tenia su capilla la cofradía de la Cruz que era de la gente más honrada de aquel vecindario y la más entusiasta en rendir culto fervoroso al signo augusto de nuestra redención.

Existia en el mismo Convento otra capilla de mucha veneración titulada del Santisimo Cristo de la Injurias. Es tradición que se rindió culto a esta imagen en una ermita de la dehesa de Villasbuenas, termino de Portezuelo, a tres cuartos de hora de Garrovillas. Con motivo de haber profanado la ermita y apedreado la imagen del Señor unos judios, los dos pueblos Garrovillas y Portezuelo, movidos de la devoción y en el deseo de evitar que se repitiese tan sacrílego atropello disputaron la posesión de la venerada imagen, promoviendo sobre ello un ruidoso pleito. La inquisición de Llerena que entendió en el asunto, sin duda por razon del sacrilegio, mandó depositar dicha imagen en este Convento, hasta tanto que se resolviese esta contienda; y en él quedó definitivamente, no sabemos si por resolución del tribunal o por haber desistido de su reclamación la villa de Portezuelo.

En la Capilla a que nos referimos, existian veinticuatro hermosos cuadros, que representaban los sucesos milagrosos de esta santa imagen. Todos han desaparecido. Ademas de otras muchas reliquias, se veneraba en este convento una costilla de San Pedro Regalado y la cabeza de las Once Mil Virgenes.

Otro Conde, no menos dadivoso que los anteriormente citados regaló la bellísima imagen de San Antonio de Padua que hoy se venera en la parroquia de Santa María, un tarno de tela pasada en oro; dos lujosos misales y salterio ricamente iluminado.

Constantemente ardian en la iglesia tres lamparas de plata. El Capitán Cristóbal Hurtado, hijo de la Villa, fundó en 1669 una capellania servida en el Convento y pocos años antes Alonso Hernandez Hurtado y su mujer María Sanchez dotaron las cuarenta Horas durante los tres dias de Carnaval. Ademas de las limosnas que arriba se han mencionado, daban los Condes todos los años al convento veinte fanegas de trigo y treinta de cebada y fueron en el mismo una pia memoria cuya renta ascendia a seis mil reales encomendando al guardian un patronato.

A los que lean estos apuntes si no han visitado Garrovillas facilmente ha de ocurrírsele preguntar por lo que resta de todo lo que se ha enumerado. La pluma que ha corrido ligera al relatar sucesos tan halagüeños y acciones dignas de todo elogio se cae de la mano, los ojos se llenan de lagrimas y el corazón de pena al vernos obligados a responder que todo o casi todo ha desaparecido. No basta a la impiedad arrojar de su casa a pobres y benemeritos religiosos. Mas devastadora y cruel que los bárbaros del norte llevó su saña hasta profanar los sepulcros de los Condes, aventar sus cenizas y demoler aquellas bellisimas estatuas. Reliquias, cuadros, ornamentos, libros, lámparas y altares ya no existen, y aquel esbelto y espacioso templo ojival se halla hoy convertido (vergüenza cuesta decirlo) en prosaica fabrica de paños. Ya no se dispensa allí a los fieles el pan del alma ni tampoco recibe el pobre a la puerta del convento la limosna como en dias mejores. Por eso a pesar de nuestra decantada ilustración y de los adelantos materiales, la piedad se debilita, el pauperismo crece en proporciones alarmantes y los pueblos van de mal en peor.

Conociendo el autor de estas líneas lo arraigadas que están las creencias católicas en el pueblo de Garrovillas, y la cariñosa acogida que dispensó, desde el primer momento, a los franciscanos instalados en la diócesis acaricia la esperanza de que el fervor del pueblo ha de restaurar en el siglo XIX lo que levantó en el siglo XV la piedad de un Conde tan cristiano y tan amante de su mismo pueblo, como era el de Alba de Liste.

San Antonio de Padua hagan que estos deseos se conviertan en realidades.

Eugenio Escobar Prieto terciario franciscano.

 

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