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Los dólmenes de Garrote.- Las investigaciones de un clérigo garrovillano.- La espada de Alconétar.- Los puentes como protagonistas. Para entender la historia mas remota de Garrovillas es preciso situar al viajero en el territorio del amplio lago (pantano de Alcántara) que se extiende a derecha e izquierda de la carretera que une Cáceres y Plasencia y del que emerge la torre de Floripes. Es necesario, igualmente, que retenga, siquiera con brevedad, estos nombres: Alconétar, El Puente Mantible, La Vía de la Plata, Garro y finalmente, Garrovillas de Alconétar. Pues ocurre, para decirlo claramente, que la actual Garrovillas era en principio, en la Baja Edad Media, una aldea, que tomo importancia cuando a ella se trasladaron los habitantes de Alconétar, al ser destruida esta población en tiempos de Moros y Cristianos. Así nació Garrovillas de Alconétar, heredando el fuero y el territorio de esta ultima que llegaba hasta el Puerto de los Castaños y englobaba lo que se conoce por los Cuatro Lugares. Alconétar se hizo celebre gracias a un puente -Puente Mantible construido por los romanos sobre la Vía de la Plata, venta que enlazaba Mérida con Astorga-. El puente, Alconétar -significa en árabe «el segundo puente» o «puentecillo»-, según otras versiones, se erigió junto a un primitivo poblado ibérico, que los romanos debieron bautizar con el nombre de Túrmulus. Añadamos, además, que cerca de allí y ya bajo las aguas del lago, yacen las ruinas de unos célebres dólmenes, monumentos funerarios de la Edad de Piedra, conocidos por la Era de Garrote. Por ultimo, recordemos, en esta brevísima presentación de los nombres que nos son familiares a los garrovillanos, que, a finales del siglo X, los árabes construyeron una torre o atalaya como defensa del enclave, que es la que emerge de las aguas, como recuerdo al menos de una bellísima leyenda que sirvió, además, para que don pedro Calderón de la Barca escribiera una comedia caballeresca bajo el rotulo de “La Puente Mantible”. Es la historia de una torre encantada, cuyo puente, que era el único acceso, guardaba un gigante. Este territorio y enclave de la historia que más adelante referiremos. Un territorio que los garrovillanos de media edad recuerda, antes de que las aguas en 1969 inundaran los vestigios más queridos: los dólmenes de Garrote, el antiguo poblado romano (Túrmulus), y antes que la torre o castillo de Alconétar quedara anegado por las aguas o que el puente Mantible, el puente romano, fuera trasladado piedra a piedra hasta el final del lago, en el término municipal aun de Garrovillas de Alconétar, pero próximo ya a Cañaveral.

LOS DÓLMENES DEL GARROTE

En una publicación de la Real Academia de la Historia de 1899 se contiene el siguiente relato: «Ocurrió que mando en 1874 un vecino de Garrovillas a un criado que destruyera, para hacer un corral para guardar vacas, unas grutas o cuevas que había en aquel sitio de su propiedad, ocultos entre la multitud de altas tamujas que allí se crían; y cuando lo ejecutaba, el criado oyó venir al suelo una cosa con sonido metálico, que vio que era un cuchillo de piedra que llevó luego a su amo con la noticia de lo que había ocurrido. Participóselo éste a su amigo don Jerónimo de Sande, quien sin parar, con operarios y herramientas, fue allá y encontró que era aquello un dolmen o vivienda de la gente de la Edad de Piedra.» A don Jerónimo de Sande, clérigo garrovillano de obligada cita, se debe no sólo en descubrimiento de estos dólmenes, sino la investigación más valiosa de lo que todavía hoy son las incógnitas de la historia de Alconétar y de Garrovillas. A finales de la Edad de Piedra es cuando en los pizarrosos y abruptos riberos del Tajo, -imaginémoslos poblados de acebuches y retamas- empiezan a aparecer los primeros poblados prehistóricos en lo que después sería la zona de influencia de Garrovillas de Alconétar. Allí es donde el buen clérigo garrovillano pudo identificar el poblado de Garrote, de enorme importancia para el estudio de la Prehistoria y hoy bajo las aguas del pantano. Se hallaba situado en un promontorio, junto al río Guadancil, al lado de la carretera N-630, a la altura del kilómetro 179. Con enorme paciencia, Jerónimo de Sande fue recogiendo y clasificando una amplia gama de objetos que por su importancia llegaron a figurar en la Exposición de París de 1878. Fruto de estas excavaciones, continuadas luego por expertos arqueólogos, se encontraron cuchillas, punta de lanzas y de flechas, talladas en pedernal, vasijas de barro, cuentas de collar unas interesantísimas placas de pizarra grabadas. Todos estos objetos, ilustrativos de la transición de la Edad de Piedra a la de Bronce, se encuentran hoy en depósito en el Museo Arqueológico Nacional. En definitiva, a finales del siglo pasado se descubrieron tres dólmenes, situados respectivamente en la vega del arroyo Guadancil, en las proximidades del cerro de la Horca y en las cercanías del cerro Garrote. Todos ellos fueron estudiados y figuran destacados en los inventarios de la arqueología española. En la actualidad varios arqueólogos han continuado investigando la zona y han calificado de dólmenes a dos monumentos existentes en la cara sur del citado monte Garrote, aunque ya en proceso muy deteriorado. El viajero interesado por estos temas tiene materia sobrada para su deleite, ya que toda la zona es un rico vivero de vestigios muy primitivos. Y ya que hemos hablado del Museo Arqueológico Nacional, sepa que en él se encuentran, al margen de otros incontables objetos, dos de singular significación, aunque pertenecientes a épocas bien diferentes. El primero es la llamada «espada de Alconétar», perteneciente a la Edad del Metal, que es un ejemplar del mayor interés dentro de los de su especie. El segundo es una cruz con áurea de mármol, hallada en 1969 entre las ruinas de la basílica de Alconétar, construida probablemente a finales de siglo V. La espada fue encontrada en 1931, en el cauce del Tajo, al hacer la excavación de una de las pilastras del nuevo puente del ferrocarril Madrid-Lisboa y enviada por la Compañía Nacional de los Ferrocarriles del Oeste de España al Museo Arqueológico Nacional. Es curioso como la arqueología de Alconétar tiene dos connotaciones con la ciudad de París: la primera es, como ya esta indicado, la presencia de los objetos hallados en los dólmenes de Garrote en la Exposición Universal de París. La segunda, el hecho de que fuera Eiffel el autor del magnifico puente de hierro, al que sustituyo el que, en su construcción, dio origen al hallazgo de la «espada de Alconétar». Hoy, ni el puente de Eiffel ni su sucesor perduran, ya que este ultimo, junto al otro que facilitaba el acceso por la carretera, yace bajo las aguas. De este modo Alconétar -«segundo puente» o «puentecillo» en árabe- es la historia de los puentes; puentes que nacen, se destruyen o se sumergen; puentes de los romanos, de los árabes, del comienzo del ferrocarril, del que inaugurara Alfonso XIII, hasta la incesante sucesión de puentes del embalse sobre el Tajo, el Almonte y el arroyo de Villoluengo. 

Texto pertenecientes a la Guía historico-artistica de Garrovillas de Alconetar.

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