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El monasterio de las Monjas Jerónimas

La casa de los Templarios.- La amistad el clérigo garrovillano y el hijo del Almirante de Castilla.- La familia Suárez.- La Virgen de la “O”.- Un retablo barroco.

Dejamos al fin la iglesia e San Pedro reparamos una vez más en su portada, en sus tres emblemas, y encaminamos los pasos hacia uno de los tramos de más valor artístico de la villa: la calle de Seis Rejas. Al frente descubrimos la enorme chimenea que ya percibiéramos desde la plaza mayor. Junto, la llamada casa de los Templarios, su gran balcón esquinado; y, al fondo, el convento de las Monjas Jerónimas, bajo la invocación de Nuestra Señora de la Salud. En esta encrucijada, en este reducido marco, se encierra la historia mas viva de Garrovillas: la plaza, San Pedro, las Monjas, Los Templarios… Corría el año 1167 cuando el Rey Alfonso II de León liberó a Garrovillas de dominio árabe y entregó el castillo de Alconétar a los Caballeros de la Orden de los Templarios. Desde entonces, la historia de Garrovillas de Alconétar corre pareja a los Templarios, ya que aquí, en el marco que ahora contemplamos, los “Freires del Temple” tuvieron casa, a la que erigieron en cabeza de Encomienda, de la que dependían los cuatro lugares (Hinojal, Talaván, Santiago del Campo y Cañaveral).

Surgieron disidencias entre los Templarios y las vecinas órdenes de Alcántara y de Santiago y aquellos abandonaron Garrovillas hacia el año 1258 y pasó a manos del poder regio, hasta que el Rey Juan II en el siglo XIV la donara a Enrique de Guzmán, segundo Conde de Niebla. Una de sus hijas, María de Guzmán, casó con Enrique Enríquez, Conde de Alba de Liste, hijo segundo del Almirante de Castilla. Era preciso este breve recorrido histórico para justificar la fundación del Monasterio de las Monjas Jerónimas o de Nuestra Señora de la Salud. Porque fue otro miembro del linaje de los Enríquez e hijo del entonces Almirante de Castilla, llamado Don Fernando Enríquez el cofundador el Monasterio que nos ocupa. Sucedió, avanzada ya la segunda mitad del siglo XVI, que un miembro de una familia garrovillana de gran tradición religiosa, Don Diego Suárez, se trasladó a Salamanca para cursar estudios religiosos y allí trabó amistad con el indicado Don Fernando Enríquez miembro de la familia que fueron dueños temporales de Garrovillas durante casi 500 años. Ambos estudiantes –el garrovillano Diego Suárez y el noble Fernando Enríquez- hacían oración frecuente en la iglesia Salmantina de la Virgen de la Salud, de donde se derivó el propósito del clérigo garrovillano de erigir una capilla en su pueblo bajo esta misma advocación.

La familia Suárez era propietaria de una gran casa solariega en la llamada Plaza Vieja. Junto a ella Diego Suárez mandó edificar un oratorio allá por el año 1564 ó 1566, en el lugar que hoy ocupa el presbiterio y altar mayor de la actual iglesia del Convento de las Monjas. Años mas tarde, los dos antiguos estudiantes de Salamanca con ocasión de encontrarse ambos en Garrovillas, decidieron edificar un monasterio de Monjas Jerónimas recoletas ara perpetuar a su amistad y su fervor religioso. Don Diego Suárez llego a ser arcediano de Jerez e los Caballeros en la Catedral e Badajoz y capellán de su Majestad y Don Fernando Enríquez, arcediano de Madrid, en la iglesia primada de Toledo, mestrescuela de la Universidad de salamanca y superior del oratorio del Rey Felipe II. Don Diego falleció el 30 de noviembre de 1587 Don Fernando el 23 de diciembre de 1593. Ambos están enterrados en el presbiterio el Monasterio; el primero en el lado de la Epístola, el segundo en el del Evangelio.

La escritura de fundación del Monasterio se otorgó el 1 de mayo de 1573. Dos monjas del monasterio de Jesús de Cáceres se encargan de formar a las primeras novicias garrovillanas. Sus nombres fueron Teresa, Isabel, Mariana, Ana Maria y Maria, que se apellidaban, respectivamente Suárez, Gutiérrez, Hurtado, Suárez y Suárez. Para hacer frente a los gastos pusieron beneficio de la fundación fincas y bienes, y establecieron dotes para ocho monjas del linaje de los Suárez. Para ello se obligaron los fundadores a dar cada año ochenta mil maravedíes, además de ochenta fanegas de trigo, tres cerdos, leña una fanega e higos pasos, doce quesos de oveja, cera, aceite, vino, aparte de todo el fruto que diera la viña que Don diego tenía cerca de los monasterios del Valle Vecino. Por su parte, Don Fernando se comprometió a hipotecar sus pertenencias en la villa de Rueda. A las monjas que no fueron del linaje de los Suárez –debían ser en todo caso de familia cristiana “viejas e limpias”-, se les exigía una dote de 400 ducados, y, durante el año de noviciado, doce ducados y diez fanegas de trigo. Como había holgura de bienes, la comunidad de monjas socorría necesidades y diariamente repartía comida a trece pobres. Tras el robo a que fueron sometidos los establecimientos religiosos durante la dominación francesa y después de la desamortización de Mendizábal, la pobreza y la ruina se ensañaron en l monasterio que , pese a todo, se ha mantenido sin desmayo. La construcción del convento y de la iglesia aún no había finalizado cuando murieron sus dos fundadores.

Hace pocos años se introdujeron reformas que mejoraron la estética del templo, aliviándole de aditamento de escaso gusto para hacer resalar la austera y bella traza del conjunto. Una bóveda de crucería cubre el presbiterio del Templo, en el que destaca un magnifico retablo dorado de estilo barroco, En la hornacina central del retablo figura una imagen de la Virgen, llamada de la “O” o de la Encarnación, e gran mérito de talla estofada con vestido policromado. Su característica más singular es la hornacina, en forma de óvalo, que lleva a su vientre, en el que a través de un cristal es visible la figura del niño Jesús. Esta talla, de autor desconocido es de finales del siglo XVII o comienzos del XVIII. En la parte superior existe una imagen del Arcángel San Miguel y, a uno y otro lado, las de San Jerónimo y Santa Paula. A ambos lados del altar hay sendas capillas-hornacinas.

En una de ellas se acoge un impresionante imagen del Seños de la Cruz a Cuestas, que forma cortejo en los desfiles procesionales. En otra hornacina se conservan en su sencillo retablo hasta ocho excelentes pinturas, atribuida al Divino Morales. Abajo, aparece Jesús de busto, y, a los lados, San Pedro y San Pablo. En la parte izquierda se representan San Gregorio Nacianceno y Santa Lucía y, a la derecha, San Juan y Santa Rosa. Arriba hay una imagen de un santo a caballo. En medio del templo, cerca del presbiterio, está enterrado un prelado de origen garrovillano, don Bartolomé de Ocampo y MataVerlade, que fuera inquisidor de Llerena o obispo de Plasencia. La lápida sepulcral está adosada al muro izquierdo Es de destacar la arquitectura que enmarca a verja que da a la clausura, a la izquierda del altar mayor. Si el viajero dispone de tiempo, debiera entrar al zaguán del Monasterio y pedir a través del torno monjil una selección de la repostería que elaboran las madres jerónimas. Degustará excelentes hojaldres y pastas de almendras.

Texto pertenecientes a la Guía historico-artistica de Garrovillas de Alconetar.

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